Rodrigo Granzella: “Para triunfar en la vida tenés que tener pasión por lo que hacés”
Por Sergio Oviedo
“Tarda en llegar y al final, al final hay recompensa….”. (Zona de promesas, Gustavo Adrián Cerati, 1993).
A los 28 años y ya con 10 años de experiencia, es uno de los productores más reconocidos de Argentina y Latinoamérica. Sus producciones consiguieron 4 singles de oro y millones de escuchas en el mundo. Mientras perfecciona cantantes de todas las edades en su estudio del barrio de Caballito, sueña con hacer películas para cine: “Me siento identificado con Santaolalla”, confiesa.
Cuando Inés, su abuela materna, decidió inscribirse en el Conservatorio Nacional para estudiar piano, nunca imaginó que esa decisión iba a marcar para siempre la vida de su nieto. En la edad en que los chicos sienten admiración por sus mayores y ven en ellos una especie de “Súper Héroe” para Rolo, tener en la familia a Pochi, una “profesora de piano y solfeo”, inspiró su corazón. La otra musa que forjó su destino fue María Laura Peña (52), su mamá, quien lo envolvió con su canto de sirena; su suave voz en aquellas primeras canciones de cuna, mientras lo acariciaba con el sonido de la guitarra.
De estas dos mujeres Rodrigo Daniel Granzella abrazó el amor por el arte y aprendió esa forma de enseñar casi “maternal” que utiliza con todos los que se acercan a su estudio en el barrio de Caballito. “Acá entra un cliente y se va un amigo”, asegura mientras carga el mate con yerba orgánica y espera que su novia Julieta (21) llegue de la Universidad. A los 28 años y con una larga trayectoria como músico y productor, en las paredes de su estudio lucen numerosos diplomas y cuatro platos brillantes de oro que el hombre exhibe con orgullo.
“Son discos que gané con mis trabajos en Music Brokers y que atesoro en lo más profundo de mi corazón. Cuando producís una canción que la escuchan millones de personas, sentís una caricia en el alma”, confiesa mientras observa las guitarras y bajos que decoran las paredes de esa especie de “templo personal”. Y de manera casi mágica, la memoria lo remonta a su infancia, al pasillo de su vieja casa en el barrio de Villa General Mitre, al día en que junto a su mamá fueron a retirar las pertenencias que quedaron luego de una “violenta separación”. Mamá y papá –Walter (55)- decidieron terminar con esa relación y separarse. Y en el apuro de la mudanza,aquel instrumento tan amado, terminó en un rompecabezas de maderas partidas y cuerdas desinfladas.
A CORAZÓN ABIERTO. Rodrigo nació el 11 de julio de 1994 en el barrio de Belgrano y luego de la separación de sus papás, mamá y sus dos hijos -Rodrigo y Guido (26)- se mudaron a la casa quinta de la abuela Pochi en el barrio El Trébol de Ezeiza. Allí estuvieron un tiempo hasta que decidieron pegar la vuelta a Capital. Finalmente, los hermanos se mudaron transitoriamente a una casa en el barrio de Palermo, y terminaron volviendo para asentarse en la vieja casa de Villa General Mitre. Y con la ñata contra el vidrio, el protagonista de esta historia sintió el rigor de una infancia llena de carencias.
Su papá Walter había cruzado el charco unos meses para irse a vivir a Salto, donde consiguió trabajo como encargado en un hotel de la familia. “Hoy analizo la situación a la distancia y entiendo que mi viejo hizo lo mejor que pudo con las herramientas que tuvo en su momento”, confiesa Rolo. En Uruguay Walter volvió con un viejo amor y fue papá de los mellizos Tomás y Julieta (18). María Laura también se había vuelto a enamorar, y como si se tratara de un pase de comedia del destino, Dios también la había bendecido con mellizos: Catalina y Nicolás de 21. Al poco tiempo volvió a separarse, formó otra pareja, con la cuál fue madre de María Belén (17). “Creo que mamá tiene una cuestión un tanto platónica con el amor”, dice Rodrigo que desde hace nueve años, trabaja con María Laura en la Biblioteca Nacional.
Para criar cinco hijos, la mamá de Rodrigo se tuvo que poner el traje de Mujer Maravilla y aprender el oficio de heroína de cuentos. Comenzó a trabajar de noche en el bar que un familiar tenía en Plaza Serrano, sacó a sus hijos del colegio privado donde estudiaban porque no podía pagar las cuotas, y decidió anotarlos en uno del Estado. Durante muchas noches, cuando entendió y sintió que el dolor por hambre no es una metáfora, lloró en silencio. “Mi vieja me confesó que más de una vez dudó en afanarse un paquete de fideos del chino para que nosotros pudiéramos comer. Con lo ética y moralista que es ella, haber tenido esos pensamientos demuestra que habíamos tocado fondo…”, rememora Rolo mientras sus profundos ojos marrones se humedecen y se le cierra la garganta.
Ahí fue cuando Rodrigo encontró en las melodías, una forma para gambetear tanta miseria y expresarse. Y a los once años, en lugar de comida, le pidió a su abuela “que le pagara un curso de guitarra”, estudios que realizó con Silvia Gers, ex miembro de Las Brujas, la primera banda argentina de heavy metal integrada por mujeres. La música lo sedujo, lo atrapó y lo enamoró para siempre. A los 13 años, unos días después de que su abuela le regalara su primer guitarra eléctrica, ingresó en el coro del Instituto Católico Redemptrix Captivorum donde dio clases de música a los coristas, y con la misión de “ayudar a parar la olla”, a los 14 años comenzó a trabajar con su hermano puliendo autos. “Mientras cursábamos el secundario juntamos algo de plata, sacamos una máquina a pagar, y le pedimos a un Garage vecino que nos dejara trabajar en su taller”, rememora Rodrigo y suma otros trabajos que realizó en paralelo como profesor de guitarra, ayudante en un taller de luthería, camarero y empleado en una agencia de lotería.
Durante varios años estudió, trabajó, ahorró todo lo que pudo y pagó sus propios estudios y equipamiento. Abrazó con fuerza esa frase reveladora de Nietzsche, “La vida sin música sería un error”; y decidió ganarse la vida entre partituras, acordes e instrumentos. El terciario lo realizó en el Conservatorio Astor Piazzolla donde cursó hasta el nivel medio. A la par estudió guitarra clásica con Antonio Ángel Gómez. Luego se anotó en un seminario de Composición para música de cine con el maestro Guillermo Guareschi (quién compuso la música de Los Simuladores, Hermanos y detectives, Madraza, Música en espera, entre tantos otros éxitos) y unos meses después se preparó en producción musical y técnicas de grabación de voces en dos cursos dictados por Ariel Rimoldi. Para terminar de recibirse de crack, aprovechó el tiempo ocioso de la Pandemia y realizó el Máster de mezcla con Soma en Barcelona. Esto último, terminó por convertirlo en uno de los productores musicales más talentosos del país y se dio el gusto de hacer junto a Matías Del Toro García y Diego Andrea Ceccoli algunas de las cortinas para Separadas, la novela creada por Adrián Suar, producida por Pol-Ka, y emitida por El Trece.
Hoy Rodrigo trabaja como productor para las mejores discográficas del país y de Latinoamérica, mientras prepara artistas que sueñan con tener sus canciones sonando en la radio, en Spotify o en cualquiera de las plataformas digitales reconocidas. “No sé si soy el mejor, sería muy vanidoso de mi parte decir eso. Lo que sí te puedo asegurar es que soy: ¡el productor más motivacional de la Argentina! Al estudio entran muchos clientes apichonados porque sienten que no van a poder dar con la talla. Mi trabajo es incentivarlos para que puedan dar lo mejor y cuando salen por esta puerta se sienten Mick Jagger o Madonna”, confiesa Rodrigo entre risas y arranca con la charla.
-¿Cuál es el secreto del éxito?
-Amar lo que uno hace, yo lo entiendo así. La música es lo más poderoso que conocí en la vida. Por eso, aunque tengo formación clásica, también hice rock, cumbia, cuarteto, bossa nova, reggae, electrónica, house, algo más pop: supongo que uno de mis grandes atributos de marca es ser bien variado. Me animo a fusionar todo y lo disfruto de manera muy lúdica. Cuando algo te apasiona es muy probable que tenga éxito, ya que reforzás los puntos de emoción que mantienen atentos a los oyentes y genera fans. Todo es mejor cuando se hace con amor.
-Muchos no se animan porque creen que aprender música es difícil: ¿qué les dirías a aquellos que dudan?
-Si es lo que aman: ¡anímense! Hacer canto, solfeo, tocar un instrumento, componer…, siempre es más fácil triunfar en la vida si tenés pasión por lo que hacés. No hay nada que me haga sentir más vivo que la música. De hecho, no hay frustración más trascendente para una persona que abandonar sus sueños. Les propongo que prueben por distintos caminos, pero que nunca abandonen sus sueños o pierdan su norte.
-También el éxito de L’Gante, toda la movida que se generó con el RKT y los ritmos urbanos; sirvió para inspirar a muchos chicos: ¿hoy gracias a ese movimiento hay más personas intentando hacer música?
-De alguna manera estas nuevas generaciones desdramatizaron y democratizaron bastante la música. Por día recibo dos o tres consultas distintas: desde chicos de 13 años que quieren hacer pop, pasando por uno de 30 que quiere hacer canciones de Ricky Martin en versión cuarteto, o una mujer de 56 años que quiere hacer un bolero fusión con cumbia colombiana. Cualquiera que entienda que tiene que ser auténtico, lo va a lograr. Soy un convencido que la fórmula del éxito es: esfuerzo más estrategia igual a resultados.
-Uno imagina que el sueño de cualquier músico es tocar en una banda: ¿vos lo hiciste, soñás todavía con eso?
-Lo intenté pero desistí de la idea (risas). Mi primera banda la tuve con mi hermano Guido cuando estaba en el primer año del colegio secundario y se llamaba Hunters Of Hearts con la que hacíamos covers de hard rock, pero solo fue una banda de ensayos. La más seria con la que sí tocamos en varios lados se llamó Nuevo Día y en un momento, fuimos teloneros de Airbag en el escenario principal de Ciudad Emergente en La Usina del Arte. También fui músico sesionista varias veces, en teclados, bajos y guitarras. Hasta compartí en dos oportunidades con el reencuentro de Viejas Locas en Los Indios de Moreno y otra en Luján.
-¿Qué se siente tener en la pared de tu estudio cuatro Discos de Oro?
-Un verdadero orgullo. Trabajé mucho para poder conseguirlos y soy un privilegiado por haber llegado. Hoy a mi empresa llegan muchos trabajos por este reconocimiento, que consiguió trascender Argentina y tiene fama a nivel mundial. Pero mi carrera no termina ahí: mi ambición es llegar mucho más lejos.
-Para terminar, alguien como vos que consiguió tanto tan joven: ¿con qué sueña?
-Hice música para videojuegos web de Cartoon Network, teatro musical para Marisol Otero, música de publicidades y cortometrajes; pero siento que para completar el nivel de esta experiencia debiera hacer música para cine, para una serie en Netflix, en Amazon; ese sería un gran desafío. Por mi creatividad y las herramientas que tengo, hoy me siento muy preparado. Tengo un vuelo especial que encaja justo con ese tipo de música. Uno de mis ídolos es Gustavo Santaolalla y en muchas cosas, me siento muy identificado.
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